Las hojas verde plata, los troncos gruesos y retorcidos por los años, su sombra generosa, y sus frutos intensos y brillantes…, el Olivo viajó miles de años por la historia del hombre hasta encontrar un buen hogar en Mendoza.
Las olas de inmigrantes españoles e italianos de finales del siglo XIX lograron enraizar en nuestra tierra una cultura olivícola que, como tantos otros ingredientes de su vida cotidiana en Europa, fue transplantada a la nueva patria, para quedarse. Técnicas de cultivo diferentes, comidas originales, sabores renacidos en un nuevo lugar, se fueron fusionando con la cultura vernácula, y un resplandeciente paisaje rural surgió a la vista, con parcelas de parrales, espalderas con vides, frutales y olivos.
El Olivo ha ido creciendo, como cultivo y como industria, y la visión de olivares alternando con viñedos ya es una postal típica de Mendoza.
El Olivo ha ido creciendo, como cultivo y como industria, y la visión de olivares alternando con viñedos ya es una postal típica de Mendoza.
Las características del clima y el suelo mendocinos, y el trabajo incansable de hombres y mujeres, han fructificado en productos olivícolas que deleitan los sentidos. Aceitunas en fresco, en pasta o conservas, combinadas con frutas y carnes, y refinados aceites son parte de la rica propuesta gastronómica regional, en la que lo típico y lo gourmet conviven en una armonía de aromas y sabores únicos e irrepetibles.
Las ricas propiedades olivícolas se hacen presentes también en productos de belleza y cuidado de la salud. Cremas, jabones, lociones, aceites corporales, entre otros, reproducen las caricias que miles de años atrás el fruto del olivo supo prodigar al cuerpo y el alma humanos.
Mendoza y sus productores olivícolas proponen un viaje a través del tiempo… Un viaje para descubrir los sabores y secretos antiquísimos ocultos en el interior de una aceituna.